Si crees que eres poseedor de algo en forma exclusiva y ese afán de propiedad se torna exagerado, hay una emoción ahí cerca, a flor de piel. Si el destino de esa sensación de ser dueño de algo cae sobre nuestra pareja estamos delante de una situación llamada celos.
Los celos nacen por creer que el otro es de nuestro dominio y a ese afán de posesión se le suma un exigencia de fidelidad ya que el miedo a ser desprestigiados socialmente por la existencia de un acto en el que nos “pongan los cuernos” nos abruma los pensamientos diariamente.
De esta primera sensación de malestar, incomodidad y angustia pasamos a la segunda etapa que es la de espiar y vigilar cada acto de nuestra pareja, ya que celar tiene un significado más que concreto: el estar alerta, el vigilar. Y nos encontramos revisando celulares, bolsillos, agendas y hasta mails y otras cuentas en búsqueda de pruebas que sacien nuestra seguridad (o no tanto) de un acto de infidelidad. Y esto hace, ni más ni menos, que la pareja se sienta acosada, interrogada sin motivos, en un plano llano de tener que dar pruebas de su lealtad.
La relación entre autoestima-inseguridad y los celos es directamente proporcional, y es claro decir que cuanto más baja sea la autoestima mayor será la intensidad de los celos ya que los celos son fruto de la desconfianza, aunque esa desconfianza muchas veces está auto-dirigida, o sea está enfocada hacia uno/a mismo/a (quien desconfía o quien cela) que al otro. Se viene una segunda parte…

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